miércoles, 10 de septiembre de 2025

DOMINGO 21 DE SEPTIEMBRE: XXV DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO C)

 
La línea divisoria que separa la zona virgen de la selva de la extensión que ha sido desforestada, es también la línea que divide el respeto a la naturaleza de la supremacía de los intereses económicos. No idolatrar el dinero supone apostar por fines más beneficiosos con la vida, la naturaleza y la humanidad, pues no en vano, Dios "quiere que todos los hombres se salven", mientras que el dinero convertido en un fin  en si mismo implica la mirada egoísta y avariciosa que sacrifica los muchos por unos pocos, la vida por la riqueza, la fraternidad por el individualismo materialista y cínico. Pero, también se trata de venerar a Dios con el respesto que se merece, no poniendo a su lado ni por encima de su grandeza lo que sólo son medios y no fines, pasajero y no perdurable.

LECTURAS

- Am 8, 4-7. Contra los que compran al indigente por plata. 

- Sal 112. R. Alabad al Señor, que alza al pobre. 

- 1 Tim 2, 1-8. Que se hagan oraciones por toda la humanidad a Dios, que quiere que todos los hombres se salven. 

- Lc 16, 1-13. No podéis servir a Dios y al dinero.


Se trata de no idolatrar al dinero, de no rendir culto, como si fueran divinos, los bienes económicos. Pero no es un angelismo que ignore la necesidad de recursos materiales para vivir con dignidad. Ni se maldice en sí misma la posesión de tales bienes, sino su absolutización hasta convertirlos en el fin mismo de nuestras vidas, en el dios al que servimos y secuestrar la reverencia debida sólo a Dios, como lo recuerda Jesús al citar Dt 6, 5 para enunciar el mandamiento primero y principal "Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu espíritu" (Mt 22, 37, Dt ) El nuestro, el Dios verdadero es el Dios de la vida, que pone en su sitio, relativo y como medios, los bienes materiales y nos comunica su último sentido: contribuir a que todos vivamos con la dignidad que Dios nos da. Nosotros servimos al Dios que pone a la persona por encima de las cosas, por encima de intereses a corto plazo, por lo menos tan corto como la vida mortal. Por eso, la famosa interpretación de san Ireneo, "la gloria de Dios es que el hombre viva" ha sido ampliada con justicia en otra formulación: "la gloria de Dios es que el pobre viva". Y es que cuando se rinde pleitesía al dinero y el interés propio se antepone a cualquier principio moral, es muy difícil que la vida sea un don universal, pues son muchos los excluidos de esa común finalidad de una vida digna, de ese universal destino de la riqueza.

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