viernes, 15 de agosto de 2025

DOMINGO 17 DE AGOSTO: XX DE TIEMPO ORDINARIO (CICLO C)

El 6 de agosto de 1945 estalló en Hiroshima (Japón) la primera bomba atómica. Hacemos sonar su campana por la paz para que la oigan los líderes de Hamás e Israel, de Ucrania y de Rusia, del mundo entero. En nombre de las innumerables víctimas de todas las guerras, en nombre de las generaciones futuras que pagarán sus consecuencias, golpeamos, tañemos la campana de la paz para que despierte las conciencias de los gobernantes y escuchen el clamor de los pueblos de la tierra: queremos paz, necesitamos paz, nos merecemos la paz, exigimos paz, imploramos paz, ansiamos la paz. Jesús dice en el evangelio de hoy, "no vengo a traer la paz, sino la guerra", pero como en todo el mensaje del Señor, se trata de la guerra contra nosotros mismos, contra lo que en nuestro interior siembra la semilla de la discordia y nos indispone contra la fraternidad. Es la guerra espiritual cuya victoria no consiste en matar y destruir, sino en convertirnos y cambiar nuestras vidas. Por esa conversión, sin necesidad de enfrentarnos físicamente, la humanidad se divide entre la mayoría que aspira y respira la paz, y una minoría que consigue imponer sus intereses por la vía de la violencia. 

LECTURAS

- Jer 38, 4-6. 8-10. Me has engendrado para pleitear por todo el país.
- Sal 39. R. Señor, date prisa en socorrerme.
- Heb 12, 1-4. Corramos, con constancia, en la carrera que nos toca.
- Lc 12, 49-53. No he venido a traer paz, sino división.

"La carrera que nos toca", dice el autor de la Carta a los Hebreos, es el esfuerzo sostenido para convertirnos, no solo mental o idealmente, sino existencial e históricamente, personal y en comunidad, en la nueva humanidad que Jesucristo hizo realidad con su vida entregada. Esa es la guerra a la que Jesús se refiere cuando dice que "no he venido a traer paz, sino guerra". Aquí, la guerra es contra lo que, dentro de nosotros, se resiste a que despunte una nueva manera de entender el fin de la vida, incluida su finalidad (amar), pero también sus medios (servir, perdonar) y sus riesgos: la incomprensión, la dificultad de ir contra corriente, no sólo de los valores y modas de este mundo, sino también contra nuestras propias pulsiones por tener, ser más que los demás, aparentar lo que no somos, pretender ser felices sin o contra los demás. Por eso, esta "carrera que nos toca" indefectiblemente distigue, separa modos distintos de vivir, opciones contrapuestas. Pero no es un efrentamiento violento o por la fuerza, "el padre contra el hijo, el hijo contra el padre..." sino el consecuente contraste fruto de las elecciones que cada uno tomamos. 

Ser cristianos debería ser convertirnos en testimonios vivientes y sugerentes de otra forma de vida; y la Iglesia, cada una de las comunidades de este "pequeño rebaño" debieran ser muestras creíbles y atractivas de una alternativa de vida, la vida que hace posible la paz, la vida de los que creemos e intentamos vivir que somos hermanos.

LECTIO DIVINA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA: BAUTISMO DE FUEGO

COMENTARIO EVANGÉLICO DE J. A. PAGOLA: EL FUEGO DEL AMOR

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