En este fresco de las catacumbas de los santos Pedro y Pablo (s. IV) Jesús entronizado como maestro y Señor, alfa y omega de la historia de la salvación, aparece flanqueado por los santos Pedro y Pablo. Ambos respondieron a la llamada de Cristo y los dos unieron fe y testimonio, como unidas estaban en Cristo la misión de anunciar el Evangelio con la pasión y muerte que sellaba su fidelidad hasta el final. Como también la sellaron los santos mártires Pedro y Pablo. Su unión en una misma celebración es el signo que vincula de manera inseperable seguimiento y evangelización, vocación y coherencia de vida.
- Hch 12, 1-11. Ahora sé realmente que el Señor me ha librado de las manos de Herodes.
- Sal 33. R. El Señor me libró de todas mis ansias.
- 2 Tim 4, 6-8. 17-18. Me está reservada la corona de la justicia.
- Mt 16, 13-19. Tú eres Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos.
Influidos por el argumento narrativo del Marcos, en los evangelios sinópticos, la confesión de Pedro reconociendo a Jesús como el Cristo, el Mesías (Mc 8, 27 - 30; Mt 16, 13 - 20; Lc 9, 18 - 21) tiene un papel de quicio entre la primera parte de la misión evangelizadora en Galilea y la marcha hacia Jerusalén para consumar allí su entrega en la cruz, que es anunciada por primera vez a continuación de esta confesión mesiánica: Mc 8, 31 - 32; Mt 16, 21 - 23; Lc 9, 22. En los relatos de la llamada "crisis de Cesarea de Filipo" o "crisis de Galilea", la confesión de Pedro y el anuncio de la pasión forman un díptico que no debiera separarse, pues ambas realidades, la fe en Jesús como Cristo y la pasión como realización del mesianismo que encarna Jesucristo, son dimensiones consustanciales de quién es el Mesías y cómo es Mesías Jesús de Nazaret. Como no debieran separarse tampoco el reconocimiento del primado petrino por parte de Jesús ("tú eres Pedro y sobre esta pieda edificaré mi Iglesia"), que sólo explicita de manera rotunda la versión de Mateo que hoy se lee (Mt 16, 16 - 18), de la reprensión que le acarrea a Pedro su resistencia a unir mesianismo y cruz: "Ponte detrás de mí Satánas, que piensas como los hombres, no como Dios".
Del mismo modo que el primado de Pedro como cabeza del discipulado va unido a su confesión de Jesús como el Cristo, la reprensión que Jesús le hace es consecuencia de esa separación entre la misión mesiánica y el modo sacrificial de llevarla a cabo. Que desde el principio del cristianismo se aceptó y difundió este primado es tan cierto como que al cristianismo naciente, con toda lógica, le costó asumir la parte incoherente y "negacionista" que también representaba Pedro. Así, el evangelio de Lucas omite la dura reconvención que Jesús le hace a Pedro (Mc 8, 32 - 33; Mt 16, 22 - 23). Al igual que el poder de las llaves en Marcos y Lucas es otorgado de manera colegial a todos los discípulos, es una concesión en plural, comunitaria.
En el cuarto evangelio, es en el contexto de la primera llamada al seguimiento, donde Jesús renombra a Simón, hijo de Juan, como "Piedra", "Cefas" (Jn 1, 42) y la confesión de Pedro estaría tras el pasaje de la multiplicación de los panes y los peces, donde ante el abandono de algunos discípulos, Pedro confirma la determinación de seguirle: "nosotros hemos creído y hemos reconocido que tú eres el Santo de Dios" (Jn 6, 68).
Pero Mateo, y esto es lo que aquí nos interesa, dentro de este marco de seguimiento, fe y renuncios, fidelidad e incoherencias, relaciona de manera explícita y consecuente el ministerio de la reconciliación que Jesús le da a su Iglesia, con el servicio personal de Pedro al discipulado como cimiento (piedra) de toda su Iglesia. Y es que sin las biografías personales de quienes formamos la Iglesia, ésta no puede ser ni hacer lo que ella es y representa. Valga, pues, la afirmación del ministerio petrino encarnado en cada momento de la historia por los obispos de Roma, como refuerzo y estímulo para la vocación bautismal por la que todo debemos servir al fin reconciliador y salvífico de la Iglesia. De manera que, cuanto más unida está la Iglesia a la comunión ejercida por el papa, más colegial, sinodal y participativa, debe ser su misión, pues no en vano, su razón de ser, por encargo del mismo Cristo, es anunciar y anticipar toda ella, con todos sus carismas y vocaciones la plena reconciliación de todo los hombres, de todo el hombre.